martes, 31 de marzo de 2015

Moisés, de Nazareno.


Es esta una de las pocas fotografías, antiguas y que tienen que ver con la Semana Santa, que se publican en el libro, Joarilla de las Matas. Memoria de un siglo, que presentamos el verano pasado. Se trata de Moisés  González, el hijo de Serafín, al que, con 7 u 8 años vistieron de nazareno (hábito morado y cinturón amarillo) y además colocaron sobre su cabeza una corona de acacia (con espinas que se le clavaban en la piel). El pelo procedía  de su prima Tere. Y lo hicieron para que participase en la procesión del Viernes Santo del año 1953. La razón no era otra, según consta en el pie de la foto y también en el libro, que “le habían ofrecido, si se curaba del sarampión”.
La imagen se comenta por sí sola, pero quiero detenerme en algunos detalles. Se trata de una época pasada con formas de vida y costumbres muy distintas a las actuales.  Por aquellos años todavía no existían las vacunas contra enfermedades, algunas propias de niños y jóvenes, como el sarampión, la varicela, las paperas, etc. Y solamente la permanente atención médica, de D. Florencio en este caso, y los cuidados de los padres, podían conseguir que se superasen dichas enfermedades. Seguramente que también muchas personas rezaban y pedían a los santos, vírgenes o Cristo, su intercesión y mediación para la curación de sus hijos.  Y como ocurre en este caso hubo hasta la promesa de, si el niño se curaba, vestirle de nazareno y participar en la procesión del Viernes Santo, acompañando al Cristo de la ermita.
Llegado el momento se cumplió la promesa, a juzgar por la imagen, imagen a la que el protagonista, Moisés, ya jubilado en la actualidad, ha comentado  añadiendo algunos detalles que no se le olvidarán nunca, como el picor que le producían las espinas de la corona, al clavársele en la piel, picor que tuvo que aguantar durante toda la procesión desde la iglesia hasta la ermita, hasta el punto de querer quitársela por lo molesto que era. Pero  había que cumplir con la promesa. Este era el deseo de sus padres y también del agrado de la divinidad, en este caso Cristo.
Las molestias de la corona, al clavársele los pinchos,  fueron la causa de que su rostro estuviese como triste y apenado. Y seguro que con ganas de concluir el recorrido. Pero lo previsto es que se llegase hasta el final y, como he dicho antes, cumplir con lo prometido. Y es que algunas de las tradiciones religiosas populares están llenas de fe y confianza en lo divino, y más cuando lo remedios humanos son escasos, como ocurría por entonces, cuando ni vacunas, ni otros medicamentos necesarios estaban en uso, o tal vez no al alcance de todos.