jueves, 26 de junio de 2014

Salón de baile y Cafe-Bar "El Pollo".



El que dice que “las vivencias de la niñez nunca se olvidan” tiene mucha razón. Puedo dar fe de ello al recordar el salón de baile y el café de mi tío Anastasio, que mucho tiempo después, cambiado, reformado y de otra manera, lo tuvieron, durante muchos años mi recordado primo Pepe y su familia. Y como el utilizar apodos o sobrenombres era lo más normal, y en general admitido en los pueblos, tengo que decir que en este caso se conocía y denominaba café o bar El Pollo. El apodo debía de ser ya cosa heredada, su bisabuelo Eleuterio ya lo tenía. Y, como todo lo heredado, perdura en el tiempo.
En esta ocasión me voy a referir al antiguo café y salón del baile. Será un relato sin apenas imágenes de entonces, pero fácil de recordar, sobre todo para las personas mayores del pueblo.
 
Al fondo de la imagen casa y puerta de entrada  al salón.
1.-El salón se encontraba en la parte baja de un edificio, de tapial y con capacho, como casi todos en aquellos años. Y en la calle mayor, pues hasta allí y algo más larga era la calle. Estaba en donde se inicia el descenso hacia la calle del puente, o también hacia la alameda, dejando a un lado la plaza del Ayuntamiento y los lavaderos.
La puerta de acceso era grande, de las de dos hojas, que además tenía  una pequeña. Al ser agricultores tenía que ser así para sacar los carros y ganados de las cuadras y el corral, cuando se iba al trabajo y meterlos cuando se regresaba a casa.
Ya en el portalón, vemos a la derecha, con el piso de cemento, el salón de baile con dos columnas de madera el centro y bancos corridos pegados a la pared y todo alrededor, también de madera. Por supuesto que el techo era también de madera con vigas de un lado a otro, que se apoyaban en una central de mayor tamaño. El piso que en principio era de tierra, después lo pusieron de cemento, liso y brillante
Los días de baile, sobre todo domingos y festivos, las gente entraba en el local, jóvenes y también no tan jóvenes, principalmente para bailar, pero otros, las personas mayores, se sentaban en los bancos para ver cómo bailaban los demás. Y bailaban o escuchaban lo pasodobles, tangos, y vals, u otras músicas que salían del gran altavoz colgado en una de las paredes del local.
El cable de este altavoz estaba conectado con una gramola, de gran tamaño, instalada en el piso de arriba, una amplia habitación con mesas y sillas, que era como un reservado. Allí en una esquina de la habitación estaba la gramola esperando que alguien se encargase de colocar la punta en el mando, para poder escuchar el disco correspondiente. Por cierto que era necesario cambiar de punta para cada disco de los de entonces. Por eso tenía que haber alguien siempre cerca del lugar, que se encargase de ello.
 A falta de imágenes reales y del mismo lugar, he aquí algunas tomadas de páginas de Internet:
Gramola parecida a la de Joarilla. (traveso.es)
Discos como los utilizados en aquella época. (eldesván de la abuela.com.)
Y en una esquina del mismo salón, sobre una plataforma de madera elevada, se encontraba el organillo, utilizado con frecuencia, sobre todo cuando faltaba la electricidad, que ocurría a menudo. A veces también gustaba a la gente bailar al son y ritmo de este antiguo y típico instrumento.

Organillo con su manivela, muy parecido al de Joarilla.
Se bailaba en el salón dando vueltas a las columnas de madera y a veces a gran velocidad, según el disco y la música o canción de que se tratase. Ocurría cuando se escuchaban pasodobles. Pero había otros muchos temas musicales. Por entonces tenía fama la cumparsita, el tilingo, la raspa, etc.
Lo cierto es que todos se divertían, unos bailando y otros viendo el baile, de pié o sentados en los bancos de madera, que rodeaban la sala. La verdad es que eran muchos los espectadores, que ocupaban el portalón y demás espacios en torno al baile. Hasta los niños, a los que no se les dejaba entrar, merodeaban por allí, entre la gente mayor.
Y si alguno quería tomar alguna bebida tenía que subir a la parte de arriba de la casa en donde se encontraba el café.
2.-  Efectivamente por una escalera de madera se subía al café-bar que ocupaba el espacio o habitaciones que daban a la calle. Las que daban al lado contrario servían y sirvieron durante mucho tiempo de vivienda familiar.
En el café había mesas de madera, unas alargadas y otras más cortas. Pero también las había de mármol con el soporte de hierro, de más valor y antigüedad. En estas se sentía sonar a las fichas del dominó cuando jugaban.

Mesa de marmol con soporte de hierro. (mobiliario.ganga.es).
La barra del bar-café estaba a la entrada, a la derecha, y allí atendían a los clientes que llegaban y que no se sentaban en las mesas. Cafés, mistela, oranges, también cervezas y copas de licores diversos, que estaban en uso por aquellos años.
A falta de frigorífico o nevera se disponía de una bodega en la parte paja de la casa, concretamente en el portalón, a pocos metros de la entrada. Allí estaban al fresco todos los refrescos y demás bebidas que se iban a servir y consumir en el bar. Pero lógicamente había que subirlos de la bodega a la parte de arriba. Esto originaba que los viajes a la bodega fueran muchos, y de modo continuo, durante el tiempo en el que el café-bar estaba abierto. 
En esta tarea ayudábamos todos. Recuerdo, siendo niño,  haber subido y bajado aquella escalera cientos de veces en pocos años. Fueron muchos los oranges, mirindas, gaseosas, y demás refrescos de la época, que pasaron por mis manos de la bodega al café-bar del piso superior.
En el centro de la sala que hacía de café había una estufa de carbón con el tubo del humo saliendo hacia la calle. Durante los fríos días del invierno, por la mañana temprano, encendían la estufa para calentar el local. Los primeros que llegaban se acercaban a ella para entrar en calor, antes de tomar algo o comenzar la partida de cartas o dominó. Con la estufa y el sol que entraba por las ventanas que daban a la calle se mantenía caliente el local, en el que muchos vecinos pasaban la tarde en los días del invierno.
Los domingos y días festivos era algo especial, pues, terminada la misa, era el café la mejor, y casi la única diversión que había, pues, eran muchos los que iban a tomar el vermut, o la mistela, con una tapa de aceitunas, anchoas u otras de las que solían preparar para la ocasión.
Durante muchos años el café-bar El Pollo fue el único existente, de ahí que fuera muy conocido por personas del pueblo y también por forasteros. Y un lugar frecuentado cuando había bodas u otros acontecimientos familiares, además de los domingos y días festivos, en que solía haber baile. Incluso en este local se representaban comedias a cargo de grupos locales o compañías de otros lugares. 

martes, 3 de junio de 2014

Imagen de hoy: La Alcoba.


Un rincón en el Museo etnográfico de Sta Eulalia de Tábara.
En muchas casas antiguas populares existía una habitación para dormir, que se llamaba alcoba. Lo normal era que fuese de pequeño tamaño, aunque a veces en ella hubiese dos camas.
La alcoba no disponía de ventanas, era interior, pero sí tenía una puerta de una o dos hojas que comunicaba con otra habitación, con ventana o balcón, y que servía para su ventilación.
Por supuesto que para acceder a la alcoba había que pasar por dicha habitación, que unas veces era dormitorio y otras no. Podía tratarse de otra estancia de la casa, como la cocina o el comedor.
Conocí en Joarilla algunas casas con alcoba que daba a la cocina, aquella cocina baja, de paja y leña, con palos de manojo, que se preparaba cada día por la mañana, encendiendo el fuego  y colocando el pote del agua caliente. El calor de la cocina podía pasar a la alcoba, en ocasiones sin puerta, pues en su lugar había una cortina de tela. Era una manera de soportar los fríos de las largas noches de invierno. Desde la cocina, caliente por la lumbre del hogar, después de la cena y breve tertulia, juego, o noticias de la radio, quien ya dispusiese del aparato, se pasaba a la alcoba para dormir.
Las camas de la alcoba podían ser de madera o hierro, con más o menos adornos, pero en todo caso daban la sensación de antigüedad. Lo podemos ver en la imagen que publicamos. Se encuentra en el museo etnográfico de Santa Eulalia de Tábara, pueblo de la provincia de Zamora, no lejos de Benavente. Merece la pena hacer una visita a dicho museo y pueblo. Los amigos del patrimonio popular y etnográfico, y de las tradiciones, se verán satisfechos, pues dicho museo les hará recordar muchos momentos y vivencias del pasado.
En la imagen vemos que se trata de una cama de hierro con sus adornos. Sobre la cama un calentador de brasas. En la mesilla de al lado la vacinilla y sobre ella la palmatoria. El rosario y cuadros de santos, santas o vírgenes son la muestra evidente de la religiosidad existente, etc. No olvidemos que se trata de un museo y además con muchos y variados objetos.