martes, 8 de noviembre de 2011

Los "alantos" del abuelo Sixto.

El abuelo Sixto en una fotografía antigua de un documento de identificación. (Foto de Luis Miguel Bajo)
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La calle Mayor de Joarilla con la casa del abuelo y el rincón de Suintila, ahora con moderna construcción en ladrillo.
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En este camino estaba la bodega del abuelo. En su lugar, ahora se ve una pequeña caseta de entrada, cubierta con cemento.
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¡Que alantos¡, decía el abuelo Sixto.

Esta expresión era utilizada con frecuencia por él cuando tenía ante sí, o conocía algo que fuese un avance tecnológico o cualquier cosa que significase progreso técnico, o algo nuevo en el vivir diario de aquellos años, década de 1940, del siglo pasado en los que le tocó vivir, ya de mayor. Lo decía así siempre sin la silaba ‘de’, seguramente que convencido de ello, pues para él como para muchos otros, los años de escuela fueron pocos, y gran parte de su sabiduría procedía o se basaba en la experiencia, en el vivir de cada día, bien en el pueblo, dedicado a las labores del campo y el cuidado de los ganados, o en sus años de emigrante en Argentina, por cierto que sin mucho éxito.

Porque el abuelo, junto con el tío Santiago, de joven, aunque ya casado y con hijos, tuvo que emigrar buscando en otras tierras trabajo y un medio mejor de vida. Pero desgraciadamente no le fue bien y tuvo que volver al pueblo y seguir con sus tierras de trigo y también sus viñas, ya recuperadas de la filoxera, enfermedad que causó enormes pérdidas y que fue en parte la causa de la emigración de muchas personas de Joarilla y otros pueblos a distintos lugares de España y del extranjero.

De Argentina el abuelo trajo, si no dinero o bienes materiales, sí conocimiento y cultura del lugar, a juzgar por lo que contaba. Explicaba con detalle lo que vio y vivió allí, en relación con el progreso, y sobre las muchas personas de diferentes países que conoció.

¡Que alantos¡ en vez de ¡que adelantos¡ decía siempre al escuchar la radio, el parte diario, u otro tipo de noticias, sorprendido ante algunas de ellas. Y también cuando llegaba a sus manos el periódico Pueblo, que hojeaba cada día, deteniéndose en aquellas informaciones que más le llamaban la atención. Por cierto que, ya jubilado, y con defectos en la vista, se servía de una lupa para ello. Y a pesar de su edad, no exenta de problemas físicos, no dejaba de leer el diario y comentar con quien estuviese a su lado algo de aquello que más le llamase la atención. De mayor la lupa le era imprescindible. Con su ayuda llegó a leer el Quijote y hasta la Biblia, algunos de cuyos relatos, episodios o leyendas explicaba y comentaba al Sr. Demetrio y a otros vecinos de la calle mayor, cuando se colocaban en la solana en el rincón de Suintila.

Esta su afición por leer, de mayor, hizo que su cultura se acrecentase, se sorprendiese cada vez más de su pasado, cargado de trabajos y pocos medios de subsistencia, y que previera un futuro con más ‘adelantos’ como él siempre quería decir.

Estoy seguro de que, el abuelo, si hubiera conocido el progreso industrial, medioambiental y tecnológico de hoy, se hubiese adaptado perfectamente, e incluso se serviría de él en lo que le fuese posible.

Le gustaba la historia, pero mucho más la geografía. Tal vez hubiese influido en ello el haber viajado, como emigrante, a otro continente. Esto le creó afición y deseos de conocer cosas, aunque fuese viendo mapas o leyendo libros sobre otros continentes, países o ciudades del mundo. Sabía de países, pueblos, gentes diversas y costumbres Y sobre ello daba su opinión al respecto.

Por supuesto que de España conocía no solamente sus islas, regiones, provincias y pueblos importantes, sino también muchos otros pueblos de menor entidad. Tal vez fuese debido a que la abuela, Anastasia, había comprado un hule para la mesa de la cocina con el mapa de España y todos los días desayunaba, comía y cenaba, contemplando dicho mapa. Y lo hacía por afición y con agrado. De tanto ver y mirar el mapa le oímos decir muchas veces que la penísula ibérica tenía forma de piel de toro. Y en aquellos tiempos él no se lo había escuhado a nadie. Pero tenía razón.

Ya con 70 años se dedicaba menos al trabajo en el campo, pero nunca estaba sin hacer algo. Montado sobre el Cardino, así se llamaba el burro que tenia, iba casi todos los días a ver las tierras de las que era propietario en los distintos pagos del campo, y sobre todo, las viñas de la Caperuza. Viñas estas que cuidaba de modo especial, pues en ellas había cepas con uvas de clases distintas: malvasía, jerez, uvas negras grandes y pequeñas, uvas alargadas y de pico (Así decíamos por no saber el nombre de su especie o clase). De estas viñas se guardaban uvas en casa para el consumo y las demás se llevaban a la bodega para convertirlas en vino. Y en esto el abuelo Sixto sí que era especialista. Su trabajo, tanto para preparar la bodega, como para elaborar el vino era artesanal. Todo con sus propias manos, y también los pies, al menos para la pisa de la uva.

Era de admirar la limpieza que procuraba en todo: lavado del lagar, el pozal, las pipas, los tinos, y todo lo necesario para la preparación del vino. Una vez pisada la uva, con mucha paciencia, preparaba el pie: viga, piedra, huso, tablas, cuñas etc.

Del lagar salía el mosto hacia el pilo y de aquí pasaba a los tinos, cubas o cubetos, para su fermentación.

Solamente así podía conseguir un excelente vino clarete, el clarete leonés, que ahora se denomina rosado. Era suave y de exquisito sabor, apreciado dentro y fuera del pueblo, a pesar de que en Joarilla siempre hubo personas que destacaron por sus buenos vinos caseros o familiares. Pero el del abuelo Sixto era especial. De hecho lo escogían para invitar en fiestas y cofradías

Y, mira tú por donde, todavía algunos recuerdan al abuelo por esta cualidad, a pesar de destacar en otras como su saber, su bondad, el respeto, la atención y preocupación por su familia y amigos, etc. etc.

No hablaba casi nunca de política ni de políticos y gobernantes. La época que le tocó vivir tampoco era propicia para ello, pues la dictadura estaba en vigor. Hacía pocos años que la Guerra Civil había terminado. Y las dificultades y problemas en el vivir diario se habían acrecentado. Por esta razón el abuelo como muchos otros luchaban por buscar soluciones para que su vida y la de sus familias pasase del mejor modo posible.